Queridas personas,
El concepto de límite se asocia en la actualidad con algo necesariamente negativo; la máxima libertad, el máximo individualismo y el mínimo de ataduras es el nuevo status del siglo XXI. No obstante, quizá no esté de más cuestionarnos este ángulo de pensamiento imperante; los límites ayudan a contextualizar, y despojar a las cosas de su contexto no hace sino debilitarlas; es como proyectar arquitectura sin tener en cuenta el Genius Loci (el espíritu del lugar del que ya hablamos aquí) o educar a un niño sin prestar atención a su realidad social o familiar; establecer un horario, cumplir una rutina, saber dónde acaba tu jardín y dónde comienza el de la vecina, amoldarse a un presupuesto o a los medios técnicos a nuestro alcance no habría que interpretarlos como pérdida de libertad, sino como un marco que establece de manera clara las normas del juego. ¿Por qué no ensalzar el valor de los límites? Se atribuye al mismo Leonardo Da Vinci que “ la fortaleza nace de las restricciones y muere en la libertad”. Pensar que no hay límites es una autopista directa a la frustración; nuestra mente los requiere para no perderse en un delirio infinito; los límites son tan antiguos como la vida en la Tierra y los necesitamos para funcionar con cierta cordura.
Esta idea presuntamente aspiracional del “no limits” choca de pleno con otra tendencia de nuestros tiempos que nos convierte en fanáticos de etiquetar y paquetizar (o sea, catalogar, ubicar en un territorio) todo lo que se menea; aplicamos la ciencia de la taxonomía tanto para categorizar yogures como a nuestros vecinos. Sin embargo, el arte de conversar con respeto y el debate fertilizador son la medicina que necesitamos para remediar los enfoques vulgares de hoy en los que manda la dualidad del “me gusta” o “no me gusta”. La vida no está en lo blanco ni en lo negro, ni en la izquierda ni en la derecha; la vida suele ocurrir en el espacio que transita entre los opuestos, en la escala de grises que media entre los extremos más puros, y pienso que demuestra una gran inteligencia quien humildemente expone su punto de vista bajo el haz de la duda y la abre “a lo otro”.
La arquitectura nos ofrece bellos ejemplos sobre la bondad de los límites, como es el caso del proyecto “Social housing for young people”, en el barrio barcelonés de Sant Andreu, del dúo de arquitectos conformado por Mónica Rivera y Emiliano López del estudio López-Rivera (Barcelona), que les valió para alzarse con el Premio FAD de Arquitectura de 2008. El concurso público para construir estas viviendas de protección social para jóvenes lo convocaron conjuntamente la Generalitat de Catalunya y el COAC unos años antes, y algunos de sus requisitos (¡límites!) fueron que los arquitectos no fueran mayores de 40 años y el presupuesto no excediera los dos millones de euros.
El espacio donde se alzan las 27 viviendas de entre 44 y 51 metros cuadrados de López-Rivera distribuidas en 4 plantas con 6 apartamentos cada una y 3 estudios más en la planta baja, con una generosa altura libre de 2,70 metros, se ubica en una planta trapezoidal, adaptándose la construcción y el volumen a las medianeras de los bloques vecinos ya existentes. El proyecto y la obra se ejecutaron entre 2003 y 2007.

En un contexto en el que el mundo en general y las instituciones públicas en particular llevaban décadas cegados por el fenómeno imperante de los starchitects (arquitectos estrella), probablemente pilló por sorpresa a más de alguno que un proyecto de bajo presupuesto ubicado en la periferia de una gran ciudad europea ganara un premio de prestigio como el mencionado.
El panorama que precedía (obras mediáticas, starchitects, estudios sobredimensionados, etc.) se caracterizó, entre otras cuestiones, por responder a la pregunta de ¿Por qué? con un ¿Por qué no?, y muchos habían tomado por bueno este camino, posiblemente sin prestar atención a otro tipo de cuestiones ni reflexiones sobre la vida y las verdaderas necesidades humanas. Hubo un momento en el que toda ciudad y empresa que se preciara buscaba lograr su particular “efecto Bilbao”, y aquellas ensoñaciones imaginadas pero no construidas por los constructivistas rusos de comienzos del siglo XX se pudieron hacer realidad a golpe de sistemas CAD, complejas técnicas constructivas y cheques casi en blanco provenientes tanto de fortunas privadas como de fondos públicos.
En paralelo, las viviendas de obra nueva que se construían en España seguían rigiéndose por los mismos patrones de unidad familiar adoptados en el siglo XX, cuando la realidad social era que en una vivienda podía vivir una familia tradicional de pareja con hijos, en otra una persona que vivía sola, una pareja joven, una familia monoparental o un grupo de amigos que compartían piso y, en definitiva, la estructura contemporánea de familia llevaba tiempo adoptando una miríada de formas que de difícil manera un mismo molde podía valer para satisfacer a todas ellas.
En un mundo y en una sociedad que cambiaban cada vez más rápido, ¿dónde quedaban la reflexión, el estudio, la planificación, el construir no para alimentar el ego de quien proyectaba, sino para dotar de energía y alegría al alma de las personas que iban a habitar los espacios?
En el encargo que recibieron gracias al concurso en Sant Andreu, Mónica y Emiliano, consecuentes con el trabajo y la sensatez que les precedían pese o gracias a su juventud, volcaron todas esas preguntas para poder dar respuesta de manera satisfactoria a la reducida planta que tenían que resolver. Tal y como explican en la entrevista publicada en 2013 por Fredy Massad:
Entendíamos que un proyecto como ése, que requería diseñar unas viviendas de superficie muy reducida, para un habitante de paso, implicaba dejar de plantear en un sentido convencional la idea de salón, cocina, baño… Se trataba de generar espacios capaces de posibilitar multiplicidad de usos y que fueran agregándose los unos a los otros, que fueran también espacios atentos a lo que sucede en sus adyacencias.
Al contrario de la corriente constructiva que imperaba (crear un estilo icónico y propio del arquitecto, obviar el entorno y la ubicación geográfica porque en un mundo globalizado, todo valía en todas partes, etc.), el estudio centró el proyecto en los usuarios de esas viviendas, sus circunstancias y necesidades particulares y, a partir de ahí, comenzó a resolver y dar respuesta a las dificultades y cuestiones que los arquitectos fueron encontrando durante el proceso.
Esta manera de proyectar recuerda quizás a la Bauhaus y sus principios de diseño (funcionalidad, usos múltiples, escala humana, eliminación de lo superfluo), pero el poder resolver los planteamientos del siglo XXI no significa tener que retroceder 100 años, sino valerse inteligentemente de lo mejor de cada época y, en este caso, echar mano de las posibilidades que brinda la tecnología de hoy en día para abaratar costes en el proceso constructivo y, así, mantenerse en el presupuesto sin ahorrar en ningún momento en calidad espacial ni detalles en el diseño y en los acabados.
Este proceso desembocó en la construcción de las 27 viviendas valiéndose de materiales sencillos de tratar y mantener, como el terrazo pulido en los interiores, el acero galvanizado en la cerrajería o el hormigón en la estructura y el forjado. Asimismo, se consiguió una doble orientación a sureste y noroeste que aporta múltiples beneficios para el bienestar y la salud de los habitantes, como son la abundancia de luz y ventilación natural. A nivel conceptual, se difuminaron los límites habituales interior/exterior mediante la concepción de los espacios limítrofes a ambas fachadas; en el sureste, una galería que bien puede ser una extensión del salón en invierno como una pequeña terraza en verano, regulando la incidencia de los rayos del sol y la temperatura mediante las lamas de vidrio orientables en la carpintería exterior. En el noroeste, por donde se accede a las viviendas desde el portal, unos pasillos aterrazados que dan al patio exterior y pueden expandir el comedor o área de relax.
El resultado es un bloque de viviendas amable, diseñado pensando en las personas que van a habitar los espacios y su confort en el día a día y que demuestra que la sensatez, el proceso detallado, la orientación al usuario final, las buenas ideas y el no dejarse llevar por las corrientes que parecen reinar en cada momento de la historia pesan más en la balanza que los grandes nombres o los presupuestos abultados a la hora de dignificar y hacer mejores y más bellas las vidas de las personas que habitamos el mundo y sus espacios.
Feliz sábado. Amad vuestros límites,